lunes, 5 de octubre de 2015

Julio Florez- LA ARAÑA





Entre las hojas de laurel, marchitas, 
de la corona vieja, 
que en lo alto de mi lecho suspendida,
un triunfo no alcanzado me recuerda, 
una araña ha formado 
su lóbrega vivienda 
con hilos tembladores
más blancos que la seda, 
donde aguarda a las moscas
haciendo centinela 
a las moscas incautas 
que allí prisión encuentran,
y que la araña chupa 
con ansiedad suprema. 



He querido matarla:
Mas... ¡imposible! Al verla
con sus patas peludas 
y su cabeza negra, 
la compasión invade 
mi corazón, y aquella 
criatura vil, entonces, 
como si comprendiera 
mi pensamiento, avanza 
sin temor, se me acerca 
como queriendo darme
las gracias, y se aleja . 
después, a su escondite
desde el cual me contempla. 



Bien sabe que la odio
por lo horrible y perversa;
y que me alegraría 
si la encontrara muerta; 
mas ya de mí no huye, 
ni ante mis ojos tiembla; 
un leal enemigo
quizás me juzga, y piensa 
al ver que la ventaja
es mía, por la fuerza, 
¡que no extinguiré nunca 
su mísera existencia!
En los días amargos
en que gimo, y las quejas
de mis labios se escapan 
en forma de blasfemias,
alzo los tristes ojos . 
a mi corona Vieja, 
y encuentro allí la araña,
la misma araña fea 
con sus patas peludas
Y su cabeza negra, 
¡como oyendo las frases 
que en mi boca aletean! 



En las noches sombrías 
cuando todas mis penas 
como negros vampiros
sobre mi lecho vuelan,
cuando el insomnio pinta
las moradas ojeras,
y las rojizas manchas 
en mi faz macilenta, 
me parece que baja 
la araña de su celda, 
y camina y camina... 
y camina sin tregua 
por mi semblante mustio
hasta que el alba llega.
¿Es compasiva? ¿Es mala? 
¿Indiferente? Vela
mi sueño, y, cuando escribo, 
silenciosa me observa. 
¿Me compadece acaso?
¿De mi dolor se alegra? 
¡Dime quién eres, monstruo! 
¿En tu cuerpo se alberga 
un espíritu? Dime: 
¿Es el alma de aquella 
mujer que me persigue, 
todavía, aunque muerta? 
¿La que mató mi dicha 
y me inundó en tristeza? 



Dime: ¿Acaso dejaste 
la vibradora selva, 
donde enredar solías,
tus plateadas hebras, 
en las obscuras ramas 
de las frondosas ceibas, 
por venir a mi alcoba, 
en el misterio envuelta, 
como una envidia muda, 
como una viva mueca? 
¡Te hablo y tú nada dices, 
te hablo y no me contestas! 
¡Aparta, monstruo, huye 
otra vez, a tu celda! 



Quizás mañana mismo, 
cuando en mi lecho muera, 
cuando la ardiente sangre 
se cuaje entre mis venas 
y mis ojos se enturbien, 
tú, alimaña siniestra, 
bajarás silenciosa 
y en mi obscura melena 
formarás otro asilo, 
formarás otra tela, 
sólo por perseguirme 
¡hasta en la misma huesa!



¡Qué importa!... nos odiamos, 
pero escucha: no temas, 
no temas por tu vida, 
¡es toda tuya, entera! 
¡Jamás romperé el hilo 
de tu muda existencia! 
Sigue viviendo, sigue, 
pero... ¡oculta en tu cueva! 
¡No salgas! ¡No me mires! 
No escuches más mis quejas,
ni me muestres tus patas,
¡ni tu cabeza negra!...
Sigue viviendo sigue,
inmunda compañera, 
entre las hojas de laurel marchitas 
de la corona vieja, 
que en lo alto de mi lecho suspendida
¡un triunfo, no alcanzado, me recuerda! 


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