lunes, 5 de octubre de 2015

Julio Florez- ALTAS TERNURAS







ALTAS TERNURAS 
I
Una vez acerquéme, compungido, 
a mi Madre -¡mi madre fue una santa 
que pasó por el mundo; bondad tanta, 
en otro corazón no he conocido!- 

Valor la iba a pedir, consuelo, olvido, 
para .seguir viviendo. En mi garganta 
se anudaba la voz. Ella, con cuánta 
piedad oyó mi acento dolorido. 

La iba a mostrar el mar de mi tristeza; 
la roca de mi duda; la maleza 
agresiva y hostil de mi fastidio; 

a pedirla de amor una mirada 
que, al radiar en mi senda desolada, 
me apartase del antro del suicidio. 

II 
Madre -la dije-, el fardo de la vida 
me agobia de tal modo, que no puedo 
resignarme a vivir; y voy, sin miedo, 
a entrar en la región - desconocida... 

¡Sálvame! -Su mirada condolida 
se alzó al compás de su tembloso dedo, 
y -¡espera! -dijo, con susurro quedo- 
Dios besará los labios de tu herida. 

Después cogió en sus manos mi cabeza, 
y la apoyó en su seno, que el quebranto 
enjutó en una vida de tristeza. 

y humedeció mi frente mientras tanto, 
como con un bautismo de pureza, 
con el agua bendita de su. llanto. 

III 

Sus lágrimas de amor -esencia pura 
de su inmenso pesar- en lluvia clara 
cayeron, y en los surcos de mi cara 
formaron un arroyo de ternura. 

Arroyo que, al mojar la comisura 
de mis labios, dejó una huella rara: 
dejó miel en mi boca, como para 
endulzar todo el mar de mi amargura. 

Era que el llanto del amor materno, 
que hasta entonces pensé fuera de acíbar 
como los otros llantos, aunque tierno, 

dejadlo, al estallar, las celdas rotas 
del panal de aquella alma, como almíbar 
se desgranaba en transparentes gotas. 

IV 

¡Júrame por Tu Dios que, mientras viva 
yo, no te matarás! júralo hijo!- 
Mi madre, estremeciéndose, me dijo; 
y se quedo un instante pensativa. 

Después, con una voz más compasiva, 
continuó: -Solamente eso¡ te exijo; .
luego... puedes matarte, que, de fijo, 
no será tu alma de Satán cautiva. 

Porque habré de pedir con tanto celo, 
al Supremo Hacedor, después de muerta, 
que te perdone, que obtendré mi anhelo.

Y, cuando expires, estaré yo alerta, 
para adornar, a tu llegada, el cielo, 
porque Dios mismo te abrirá la puerta. 



Rodé a sus plantas y exclamé -¡lo juro!-
y añadí: -¡cómo imaginar pudiste, 
que este ser, que por ti tan sólo existe, 
pudiera abandonarte en lo futuro-! 

Entonces, ella, me besó, y su puro 
beso de luz, cuyo calor persiste 
en mi frente, cruzó, por mi alma triste, 
como una estrella por el cielo obscuro. 

-Es verdad -murmuró- no desconfío; 
mas, para disipar todos mis miedos 
jura también, desventurado mío, 

que, aunque el dolor tu espíritu taladre, 
cerrarás, con la punta de tus dedos, 
los pobrecitos ojos de tu madre. 

VI 

Me parece que aún su voz resuena, 
como murmullo de agua cristalina;
como el blando rumor de la marina 
onda que va a morir sobre la arena. 

Fugaz la vibración de tanta pena, 
cruzaba entonces por su faz divina 
como suele cruzar la golondrina, 
el azul de una atmósfera serena. 

Porque, al punto, sus ojos -insondables 
piélagos de miríficas ternuras- 
y sus marchitos labios adorables,

que sólo saborearon amarguras, 
bulleron en sonrisas inefables, 
en sonrisas de santa: ¡eran tan puras! 

VII 

Desde aquel día, refrené la amarga 
obsesión de morir; y, con paciencia, 
Madre, por ti, llevé de la existencia, 
calladamente la penosa carga. 

Hoy que el recuerdo de tu amor embarga
mi corazón, refulge tu presencia 
de Mártir, en la sombra y la inclemencia 
de esta noche tan lúgubre y tan larga. 

Óigote alzar tus fervorosas preces, 
y, por poner a mis temores traba, 
ocultarme tu angustia: cuántas veces,

por no hacerme sufrir -¡tarde lo entiendo! 
contuviste la tos que te mataba... 
pues, sin saberlo yo... te ibas muriendo. 

VIII 

Aún te miro -con el alma loca 
por el pesar- tendida sobre el suelo; 
de tus pupilas empañado el cielo, 
sangre manando la entreabierta boca.

Me parece que aún mi mano toca 
tu frente blanca y fría como el hielo; 
y que me abrazo a ti, con un anhelo 
furioso, como el náufrago a la roca. 

Beso, otra vez, tu boca inanimada, 
como una flor de nieve empurpurada 
por la sangre que rápida corría... 

y oigo mi grito, el formidable grito 
que voló de mi pecho al infinito: 
aquel grito de: ¡Muerta! ¡Madre mía! . 

IX 

Terriblemente pálida, a tu lecho 
te llevé, y vi por la hemorragia rojos 
tus labios mustios; tus abiertos ojos 
grandes y acuosos, fijos en el techo. 

Te entrelacé las manos sobre el pecho, 
y tus miembros, aún tibios y flojos, 
palpé aturdido... y ante tus despojos 
permanecí de un hálito en acecho. 

Fue lentamente, congelando el frío 
tus facciones augustas y serenas; 
quedó tu cuerpo rígido y vacío; 

porque, bajo tu carne de azucena, 
también huyó, con el sangriento río, 
hasta el azul del cauce de tus venas. 



Al verte, Madre, entre los brazos presa 
de la Parca, cetme a tus despojos, 
y con mis dedos te cerré los ojos, 
cumpliendo así mi funeral promesa. 

¡Cómo es la vida! Aquella tarde, ilesa, 
del sol poniente ante los rayos rojos, 
de un crucifijo al pie, puesta de hinojos,
yo dejándote había; y ¡oh sorpresa! 

¡Tornaba, aquella tarde, más dichoso 
a tu lado, que nunca! de repente 
entré a tu cuarto: hállelo silencioso... 

Y, al buscar tu mirada y tu sonrisa, 
con tu cadáver tropecé. Y hay gente 
que afirma aún que el corazón avisa. 

XI 

¡Ah, pobre Madre mía idolatrada 
yo te juré vivir mientras vivieras; 
y aunque bien sé que sin cesar me esperas, 
tú no quieres que acorte la jornada. 

Porque tú estás en mí, reconcentrada, 
como si el todo de mi vida fueras. 
¡Madre -te juré yo-, mientras no mueras, 
esta existencia atroz, será sagrada. 

y como tú no has muerto (aunque a la fosa, 
dicen que te llevé), porque te siento
junto a mí, más querida y cariñosa, 

no sé si al exhalar mi último aliento, 
hoy, por mi voluntad, Madre piadosa, 
será o no quebrantar mi juramento. 

XII 

y en esa duda me. 'revuelvo y gimo 
no sé si al acercarme, en esta hora, 
a ti -destello de la gran aurora 
celestial- te complazco o te lastimo. 

Mas, como tengo tu constante mimo, 
esperaré a la Muerte bienhechora 
que me aproxime a ti, ¡Dulce Señora! 
ya que a ti, por tu bien, no me aproximo.

¡Qué importan mis constantes sinsabores; 
qué de mi suerte las terribles sañas 
en este inmenso valle de dolores, 

si sé que por doquiera me acompañas, 
porque te llevo, amor de mis amores, 
como tú me llevaste... en las entrañas. 

XIII

Esperaré; y en día no lejano, 
cuando se apiade mi contraria suerte 
y me depare el ósculo de muerte 
que ha de salvarme del contagio humano; 

pienso que cielo y tierra y oceano 
de gozo temblarán... y que yo, al verte, 
caeré, de nuevo, en tu regazo, inerte, 
después de traspasar el hondo arcano. 

Mas luego, nuestras almas en un grito 
de amor se fundirán... y un mismo anhelo 
nos llevará a los pies de Dios bendito. 

y así como esos astros de áureo vuelo 
que vagan de infinito en infinito, 
volaremos los dos, de cielo en cielo. 

XIV 

Y en un eterno abrazo confundidos, 
lejos de las mundanas mezquindades, 
oiremos, en las altas claridades. 
de la angélica orquesta los sonidos. 

Y veremos, con ojos sorprendidos, 
la desaparición de las edades, 
hasta que el mundo, envuelto en tempestades, 
caiga en rotos fragmentos esparcido. 

y cuando en esa vida misteriosa, 
toda mi sed de dicha se mitigue, 
y tú sientas la calma prodigiosa, 

como en el cielo todo se consigue,
tú, serás una estrella esplendorosa.
Yo, un satélite tuyo... que te sigue. 

4 comentarios:

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  2. Leerla y releerla es tener la oportunidad de recordar lo valioso que es cumplir una promesa, amar incondicionalmente y esperar la vida eterna, dónde el amor es pleno.

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  3. hermosa poesia, yo desde peq la escuchaba, cuando todavia en los colegios se usaba declamar, hermosa como todas las poesias de Julio Florez

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  4. Siempre que la leo,me inunda la nostalgia, pero tengo la esperanza de abrazar de nuevo a mi ser querido, es una poesia muy hermosa

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